Agustín Rossi se antepuso entre Racing y su sueño. Y ni la muchedumbre, ni el deseo de todo un equipo, ni la mística de Costas pudo con él. Hay poco reproche para un equipo que dejó la piel, que debió al menos haber forzado los penales, que jugó una final como debe ser jugada y que se quedó sin nada por detalles: el gol en contra de Rojo en el primer partido y un arquero que se negó a que cayera su valla.
El mérito de Racing fue haberse repuesto de un partido torcido ante un rival superior desde lo técnico. Porque cuando hubo juego, ahí mandó Flamengo con claridad. Desde la calidad de sus manejadores de balón (todos), la exquisitez de sus volantes centrales, el toque distintivo de Carrascal y la conducción de De Arrascaeta. Ese escenario, a Racing le tocó sufrir, bancar la parada, correr de atrás, con la misión de no desesperarse. Al Flamengo la pelota le corría casi con displicencia, en contraste de un Racing apurado, incómodo, llamado a jugar un juego que no siente, y ya no tiene. Así, el cero lo sostuvo Cambeses, que le sacó un gol a Varela entrando por derecha y otra tapada a De Arrascaeta que se la llevó guapeando y aprovechando los rebotes que le fueron quedando.
Pero Racing podrá sufrir, podrá tener la mano en contra, pero la fortaleza mental y física nunca la abandona. Y así fue. En el raspa y raspa, fue encontrando la manera de desgastar a Flamengo y ponerlo incómodo. Así, también, llegó, con dos bochazos largos de Cambeses que terminaron en un cabezazo de Conechny que tapó increíblemente Rossi y en un tiro de Solari que se fue cerca. La buena noticia para la Academia era un resultado que, aún con las dificultades, seguía al alcance de la mano.
El mismo desarrollo del partido, la importancia de lo que estaba en juego, el peso de la situación, fue llevando el trámite al terreno que a Racing le convenía. Quedó en el ambiente la sensación de que Flamengo había dejado pasar su chance cuando tenía el viento del desarrollo del encuentro a su favor, y cuando las condiciones cambiaron cayó en la cuenta que no había hecho los deberes. Costas acomodó un poco las fichas: ahora sí con Zuculini definitivamente entre los centrales (en el PT armaba y desarmaba la línea de tres) para soltar a los laterales y apretar a Flamengo contra su campo. Y a meter, a meter y a meter. Y a insistir.
El resto lo hizo el árbitro con una insólita expulsión de Plata, por un mínimo roce con Rojo que dejó a Flamengo en neta función defensiva, sin que el VAR revisara la jugada como sí lo hizo, bien, con el choque de cabeza de Rojo con Leo Ortiz.
Rossi volvió aparecer para tapar un misil de Almendra, un cabezazo de Maravilla después de dudar en salir a buscar el centro y un tiro a quemarropa de Vietto que encima rozó en un jugador de Flamengo estando tapado. Costas quemó los libros y vació el banco buscando las soluciones que le dieran el gol que necesitaba para seguir respirando. Con sus armas, lo intentó hasta el final, y hubiera merecido al menos la chance empatar la serie. Lo que le faltó para ganar fue lo que no tuvo desde que se le fueron Juanfer y Roger Martínez: algo más de juego. La historia, terca, le volvió a decir que no. Una lástima, realmente.